Análisis de coyuntura quincenal / Atentado en Moscú: las líneas rojas caen una tras otra

El ataque terrorista llevado a cabo en una sala de conciertos de Moscú fue relevante para conocer el verdadero rostro del liderazgo occidental, pero más fecundo aún en mostrar el comportamiento de la prensa corporativa y sus capacidades de influir en todo el ecosistema mediático.

Desde el 11 de septiembre de 2001 con el ataque a las torres gemelas de Nueva York, los Estados Unidos y el Occidente corporativo identificaron al terrorismo como la máxima prioridad política y de seguridad colectiva.

Los EE.UU., mostrando esa mezcla entre infantilismo y marketing hollywoodense, denominó a esta nueva época como “La Guerra contra el Terrorismo”, simplificación para el consumo de las masas pero que sobre el terreno y la geopolítica significó la invasión de Afganistán e Irak, en pos de desarticular a la organización criminal de Al Qaeda, sindicada como una transnacional del terrorismo islámico.

Las invasiones produjeron una cantidad de víctimas que según los distintos cálculos van desde unos cientos de miles hasta las que hablan de millones de asesinados, heridos, desplazados o exterminados por enfermedades de fácil remediación. Desde el inicio de las acciones bélicas los objetivos declarados pasaron desde la desarticulación de grupos terroristas a una reorganización del medio oriente basada en las premisas democráticas de la potencia dominante en una exportación no tradicional de muerte a cambio de pertenencia al club de países explotables por el sistema financiero globalizado.

La Guerra contra el Terrorismo supuso para EEUU una serie de cambios legislativos, reordenamiento de leyes, presupuestos gigantescos de defensa, creación de doctrinas sobre tratamiento de prisioneros (aplicación de tormentos y creación de centros de internación).

En un mundo unipolar regido por los Estados Unidos, los dictados de la primera potencia fueron seguidos, primero por los países occidentales, pero posteriormente con un alcance global, lo que implicaba que ningún estado pudiese oponerse sin ser declarado paria a la comunidad internacional.

Diferentes atentados terroristas se siguieron en Europa: desde la estación de trenes de Atocha en Madrid pasando por París y golpeando a Londres. Cada acto de terror, con numerosas víctimas inocentes, ponía una carga más de recursos y restricciones a las libertades individuales para garantizar la seguridad. Al Qaeda se mostraba, a través de los medios de comunicación, como una organización de un poder transnacional decisorio y un antagonista lo suficientemente fuerte para rivalizar con los aparatos anti terroristas occidentales.

El retroceso de las democracias hacia posiciones totalitarias, pero preferentemente arbitrarias, hicieron común las detenciones de sospechosos que desparecían en el laberíntico sistema de reclusión -la más conspicua es Guantánamo-, pero existiendo centros de detención alrededor del mundo, en especial en países donde se podía aplicar la tortura sin remilgos humanitarios. El uso de drones portadores de misiles se hizo habitual, dando lugar a informaciones recurrentes sobre liderazgos terroristas eliminados con sus familiares en Afganistán, Irak, Palestina, Paquistán, Filipinas y otros “centros de entrenamiento del terror”.

Todas las arbitrariedades llevadas a cabo en el margen de la Guerra contra el Terrorismo fueron secundadas por la prensa corporativa globalizada que justificaba los abusos y acrecentaba las amenazas para mantener el control social bajo la premisa del miedo a un atentado nuclear o un ataque químico o biológico.

Las capacidades de la Guerra contra el Terrorismo de control de la población, tanto como los blancos tercermundistas elegidos para luchar contra el terror, lograron una conjunción de intereses desde las democracias occidentales hasta dictaduras “comunistas” o países sospechados de vicios antidemocráticos, como Rusia.

La muerte de Osama Bin Laden y de otros dirigentes notorios de Al Qaeda hicieron que esta organización saliera paulatinamente del imaginario de la opinión pública. El llamado Estado Islámico tomaría la posta, mostrando al mundo que la única forma de acabar con la amenaza terrorista era el uso intensivo de las armas y los servicios de inteligencia en un Estado Contraterrorista.

En el ataque ocurrido en Moscú -que dejó cerca de 150 civiles muertos, acribillados por un grupo armado que disparó indiscriminadamente sobre los asistentes a un concierto- el análisis de la prensa corporativa se muestra como un ejercicio interesante para descubrir cómo las intensidades o la ubicación de las notas reflejan las verdaderas intenciones de los poderes de cómo crear opinión pública.

Hay que recordar que cualquier ataque terrorista había sido cubierto por la prensa como la información más destacada e importante de la agenda, los atentados en EEUU, Londres o París, significaron parrillas noticiosas que literalmente se tomaron los principales espacios de prensa.

Sintomático de la nueva era fue la cobertura del ataque en Moscú, con suficientes víctimas inocentes para llenar las aviesas necesidades de sensacionalismo del periodismo mundial, que informó sobre el atentado en espacios secundarios, dando prioridad a las confesiones de Kate Middleton sobre su estado de salud.

Más inusual fue la intensión de Estados Unidos desde el primer momento de mostrar a la opinión pública que el atentado había sido auto atribuido por el Estado Islámico a través de una página web del llamado ISIS-K (1).

Lo que los medios corporativos no están señalando es que la amenaza terrorista es usada esta vez de una forma diferente: como manipulación del público, pero, además, para la intervención en países desarrollados y no contra estados pauperizados.

Las investigaciones de los aparatos de seguridad rusos han identificado que los perpetradores fueron personas de filiación posible en grupos del ISIS; sin embargo, han creado una narrativa donde se identifican los nexos económicos y las conveniencias ideológicas de los nacionalistas ucranianos con los fundamentalistas islámicos: “Los hechos hablan por sí mismos. No sabemos por ahora si los ucranianos organizaron o no la matanza perpetrada en Moscú, pero es evidente que conocían muy bien a los atacantes, ya que los nacionalistas integristas ucranianos y los yihadistas trabajan juntos desde hace tres cuartos de siglo”(2).

Las acciones de los atacantes fueron diferentes de los ya clásicos atentados islámicos: los perpetradores no se inmolaron, huyendo del sector hacia la frontera rusa con Ucrania, además, se ha comprobado la motivación económica vinculando a los terroristas con pagos para la realización de la matanza.

Los medios de comunicación rusos, así como medios independientes, han mostrado que el atentado tiene ramificaciones que apuntan hacia occidente; mientras, el liderazgo ruso, en lo que es ya una práctica habitual, se toma su tiempo para la retaliación.

Los medios corporativos han asumido un rol más activo en esta fase de la guerra en Europa, pasando desde la propaganda y la propagación de noticias falsas, a ser puntales de la creación de operaciones político/informativas para el ocultamiento de la realidad.

Incluso en medios independientes nacionales no existe la suficiente claridad de análisis sobre el conflicto entre la OTAN y La Federación de Rusia, dejando la elaboración de la información a columnistas que chocan con visiones elementales de la situación, en contrapuntos sobre las argumentaciones sobre democracia vs totalitarismo.

Sin embargo, es más poderoso lo que está implícitamente dicho entre líneas en los actos de terror en el Crocus City Hall de Moscú: el actual estado de la guerra permite usar todas las formas de dañar a Rusia, donde la vida de los civiles inocentes son un blanco predilecto para producir cambios en la opinión del público.

El uso del terrorismo como herramienta de guerra en el sentido de información o creación de estados de ánimo en la población para que presionen a los liderazgos, atraviesa nuevas líneas rojas que muestran cómo occidente ha perdido el temor y el pudor a la utilización de cualquier método para conseguir sus objetivos. El destacado columnista Rafael Poch describió en un lúcido artículo sobre la perdida de la dirigencia occidental del temor a la disuasión: “La ruptura occidental del canon en materia de relaciones entre potencias nucleares a lo largo de un cuarto de siglo, tiene por lógica consecuencia la loca escalada militar en Ucrania. En respuesta, Moscú reflexiona sobre qué hacer para que Occidente recupere el miedo, que considera perdido, a una guerra nuclear”(3) .

A la falta del temor a la guerra nuclear se debe sumar la relativización de los actos terroristas cuando ocurren en países “enemigos”, esta postura puede derivar en el escenario de un ataque terrorista usando armas de destrucción masiva: “la suma de todos los miedos”(4) .

Por Centro de Estudios de Medios

Referencias:
(1) El Estado Islámico del Gran Jorasán
(2) Voltairenet.org 26/03
(3) Blog de Rafael Poch 28/03
(4) Novela de Tom Clancy