Opinión / Chile: Éxito electoral, por oposición

El pasado 19 de diciembre los sectores populares y de izquierda experimentaron una sensación de máximo de alivio que ha dado vuelta al mundo en medios de comunicación e imágenes donde se puede evidenciar la masividad del festejo. Una concentración de tal magnitud no se veía desde el 25 de octubre de 2019, a pocos días del estallido social.

El triunfo en segunda vuelta de Gabriel Boric por el pacto Apruebo Dignidad (Frente Amplio + Chile Digno) con 55,87%, por sobre José Antonio Kast del partido Republicano quien obtuvo 44,13%, con una abstención de 44,35% (7.674.440 de electores), representa un proceso profundamente contradictorio donde se mezclan múltiples elementos de interés para el análisis. Aquí señalamos solo algunos.

La derrota en primarias de un proyecto de izquierda popular

Un error de dimensiones fue la decisión del partido Comunista (Chile Digno) de insistir en primarias legales cuando prácticamente ningún partido de la oposición, sus ex socios de la Nueva Mayoría, tenía voluntad de medirse con su precandidato, el alcalde Daniel Jadue. Era evidente que competir contra Jadue les conduciría a una derrota y los amarraba a la subordinación política y programática en la que un dirigente comunista con convicciones y carácter tendría total legitimidad para conducir transformaciones profundas, mucho más allá de su horizonte programático.

De esta manera el PC y sus aliados de Chile Digno se vieron arrastrados a una primaria en la que, para muchos en la oposición y más allá, el contrincante político de Jadue no era más que una excusa para expresar su profundo anticomunismo.

El Frente Amplio, versión recortada del que llevó a Beatriz Sánchez a un histórico 20,25% en la primera vuelta presidencial el año 2017, luego de una compleja búsqueda de precandidato y probablemente sin mayores expectativas, erigió a Gabriel Boric. Muchos en los partidos de oposición, auto marginados de las primarias, vieron en este una alternativa que permitía bloquear al candidato comunista y a la vez conseguir un contrincante de menor estatura política frente a sus propias candidaturas que irían directo a la primera vuelta. Finalmente, la ex Concertación llevó a Yasna Provoste de la Democracia Cristiana con el apoyo de los partidos de la ex Concertación.

El desenlace es bien conocido. El precandidato PC (Daniel Jadue) perdió las primarias, a pesar de obtener la mayor votación (689.315 votos; 39,6%) que este sector ha logrado en las últimas tres décadas y articulando en torno a su propuesta programática un activo social y político con un claro sello antineoliberal y popular, con una fuerte vocación transformadora. Boric y el FA se instalaron como triunfadores por amplio margen (1.051.900 votos; 60,4%).

El triunfo antifascista y un logro de la unidad de acción

Uno de los graves problemas que ha atravesado a la izquierda y los sectores populares en las últimas décadas es su profunda fragmentación, dispersión y ausencia permanente de unidad de acción. Esta lógica política, de la Torre de Babel, en que cada uno apuesta a sus propias convicciones sin dar cuenta alguna de sus capacidades, ha llevado por largos años a la imposibilidad de construir un proyecto político común.

Los resultados de la primera vuelta presidencial, en que Boric se instaló en un difícil segundo lugar con 25,28%, encendieron el debate en torno a la estrategia para enfrentar la segunda vuelta. El escenario era extraordinariamente complejo, ya que el candidato más votado fue el del partido Republicano, José Antonio Kast (27,9%), un grupo de ultraderecha, mientras el tercero más votado un candidato del recién formado Partido de la Gente, Franco Parisi (12,8%), un economista financiero, supuestamente apolítico, con un extraordinario rendimiento en redes sociales y ligado a la Iglesia Evangélica, y, en cuarto lugar, el candidato de la derecha tradicional, Sebastián Sichel (12,8%). La representante del centro político, Yasna Provoste apenas alcanzó un 11,6% (además, Marco Enríquez-Ominami con 7,6% y Eduardo Artés con 1,5%). La suma de los votos que podrían plegarse a Boric claramente no alcanzaba para derrotar a la suma de los votantes de derecha.

La estrategia desplegada por el entorno de Boric fue electoralmente eficaz. Por un lado, desde el punto de vista programático y de la alianza política, se tendió a la moderación y la ampliación hacia el centro, cediendo importantes espacios de decisión a sectores de la antigua Concertación, especialmente en materia económica donde un reconocido militante de la Democracia Cristiana, partido que se ha declarado de oposición al futuro gobierno de Boric, asumió la coordinación del área programática. Por otro lado, desplegó una ofensiva comunicacional y de campaña en terreno buscando motivar a quienes no se manifestaron en las urnas en primera vuelta. Este último factor fue la clave.

El miedo al neofascismo encarnado en Kast, a una regresión autoritaria aun peor que la vivida durante el gobierno de Sebastián Piñera, y los recuerdos aun cercanos de la dictadura de Augusto Pinochet, fueron elementos que esta vez movilizaron a amplios sectores populares y que, incluso, permitieron un paso importante en la unidad de acción de las fuerzas democráticas en función de un objetivo táctico y a la vez estratégico: cerrar filas frente a la posibilidad de un gobierno de ultraderecha. Múltiples grupos políticos y sociopolíticos de la izquierda radical entendieron que su permanente llamado al abstencionismo electoral era una estrategia que no conducía a ningún avance de sus propias posiciones.

El resultado electoral de Boric se explica no tanto por la moderación programática y la ampliación de su alianza política hacia el centro, sino por la movilización de amplios sectores populares que pasaron de la abstención en primera vuelta, a la participación electoral en un escenario de confrontación polarizado, sumando 1.248.944 nuevos votantes (ocho puntos porcentuales).

El cambio en la correlación de fuerzas y el escenario político institucional

Lo que Chile está viviendo desde el estallido social es una transformación más profunda que el cambio de un ciclo político. Las principales votaciones de carácter estratégico muestran que una gran mayoría aspira a cambios profundos del modelo político, social y económico, en una perspectiva antineoliberal, y que cuando esas cuestiones están en juego, un amplio sector habitualmente abstencionista cruza la vereda para sumarse a la participación electoral.

Una primera manifestación fueron los miles de cabildos y asambleas autoconvocadas en las semanas posteriores al estallido social. En diciembre de 2019, la consulta ciudadana organizada por alcaldes mostró que sobre un 80% de la población quería una nueva Constitución mediante una Asamblea Constituyente. Mas tarde, en octubre 2020 el Apruebo (una nueva Constitución) obtuvo una cifra muy similar (78,28%) y la elección de representantes a la Convención Constitucional.

Este cambio en la correlación de fuerzas tendrá dos escenarios político-institucionales contradictorios que el gobierno de Boric deberá evaluar y tomar posición. De un lado, un parlamento totalmente bloqueado por la derecha (empate) para llevar a cabo transformaciones relevantes por la vía legislativa. De otro lado, una Convención Constitucional que propondrá cambios muy sustantivos al orden neoliberal, que van mucho más allá de las reformas propuestas del programa original de Boric.

Se trata de un escenario extraordinariamente complejo, con muchas limitaciones en materia económica producto de la pandemia y con altas expectativas y urgencias de parte de la población. El desafío de Boric y su coalición, aun en construcción, será pasar de un triunfo principalmente por oposición a otras alternativas, a uno que abra la posibilidad de que los sectores populares retomen el protagonismo y que el horizonte estratégico no se desdibuje cada vez por necesidades tácticas.

David Debrott Sánchez
Economista
Director del Instituto de Economía Política
Universidad Abierta de Recoleta