Opinión / El humor y los militares

Confieso que he escrito ‘en serio’ sobre el humor. Incluso pertenezco a una Red de Investigación y Estudios del Humor (RIEH). La primera vez que me interesó el tema fue en el campo de prisioneros Chacabuco, cuando accedí a la revista Selecciones del Readers Digest que tenía dos secciones memorables: La risa, remedio infalible y Humorismo militar; esta última con chistes de milicos gringos… y era cosa de pensar en los que nos tenían detenidos para encontrarles alguna gracia.

El humor, pilar de resiliencia comunitaria, sin duda ayudó mucho a mitigar los dolores para sobrellevar la prisión política y las brutalidades. Los humoristas, algunos improvisados, nos levantaron el ánimo con sus sketchs, parodias de programas radiales, cuecas divertidas, el diario mural (recuerdo los escritos del Alberto ‘Gato’ Gamboa) y especialmente el teatro con sus formas breves y comedias irónicas que ilustraban la tragedia. Nos reíamos, con la complicidad necesaria que existía entre humoristas y su público. Bastaba el guiño, la indirecta, las claves, casi un lenguaje cifrado de quienes comparten una cultura, valores, sueños, utopías y derrotas para ‘entender’ las (auto)ironías y las pullas que iban dirigidas a los milicos.

Especialmente por la experiencia de los teatristas, se nos hizo evidente que el ‘humorismo militar’ era muy distinto al nuestro y que, especialmente los oficiales, no entendían el humor de los prisioneros. Así, cuando los comediantes debían presentar sus obras a la censura previa y mostrárselas a los comandantes, los creadores les tomaban el pelo. Lo cuentan Oscar Castro, Igor Rosemann, Hugo Valenzuela y otros. Había una satisfacción un poco perversa al propinarle un pequeño agravio a los guardias, aunque estos no se dieran cuenta de la burla. Un ejemplo sucedido en Melinka (Puchuncaví). Los militares sospechaban de las obras creadas en el campo de prisioneros, desconfiaban de ellas porque temían los mensajes subliminales, los contrabandos ideológicos que podían encerrar. Entonces, en cierta ocasión, los actores Oscar Castro y Carlos Genovese, al solicitar autorización para la presentación de una obra, inventaron un autor extranjero y de otra época: ‘Emil Kan‘ (anagrama de Melinka, nombre del campo de prisioneros). Al presentar una de las obras al oficial, empezaron a informarle sobre el autor: “-Emile Kan es un famoso dramaturgo judío polaco, que en 1956…”. El comandante interrumpe: -Sí lo conozco… interrumpió el oficial, para no quedar como ignorante. Los artistas, por supuesto, tuvieron la autorización y salieron muertos de la risa de la reunión. La obra –contó Carlos Genovese– se la hicieron completa al oficial acompañado de un cabo y un sargento y fue aprobada. Cuando se presentó al público cautivo el militar no comprendía de qué se reían los presos en ciertos pasajes.

Muchas veces los censores prohíben o aceptan contenidos que no entienden. Y el humor es uno de los campos en que se equivocan. Recuerdo el ‘Bando 19’ en dictadura que prohibió la publicación de todo tipo de imagen. El humor desacreditó ese bando. Lo puso en ridículo. En estos días los militares, supuestamente no-deliberantes, han reclamado por un episodio del programa Políticamente Incorrecto, de la Red.

El secretario general del Ejército manifestó “el malestar y el rechazo” por la parodia donde se utiliza “un disfraz de un supuesto programa satírico, para proferir todo tipo de injurias en contra de las cuarenta y cinco mil mujeres y hombres que eligieron la profesión militar. Por su lado, el ministro de Defensa afirma que “no es aceptable recurrir a la parodia política para enlodar instituciones y personas…”. Claramente no saben lo que significa un disfraz, una parodia ni la sátira. Checho Hirane, humorista profesional del mismo canal, critica a sus colegas y afirma que lo que dice la sátira es ‘mentira’; en realidad es una ficción cómica. Otra cosa es el origen del contenido de la parodia: “entre broma y broma, algunas verdades amargas”. La sátira siempre ha sido “políticamente incorrecta”.

Alguna vez intenté definir la sátira como “una representación crítica, irreverente y burlesca de la realidad”. Crítica, porque manifiesta una opinión, generalmente disconforme, respecto de lo representado. Irreverente, porque desacraliza; resta formalidad a situaciones consagradas como dignas de un trato solemne. Esta irreverencia rompe o disminuye las jerarquías (se niega a la reverencia) haciendo el diálogo más horizontal.

Burlesca, porque detecta y revela los aspectos cómicos que encierra una situación – producida sin intención humorística- y los expone a la risa pública con mordacidad. Por último, la sátira es una representación de la realidad, porque tiene un anclaje en ella y propone asociaciones pertinentes con dichos o hechos reales. Entiendo que a los políticos con y sin uniforme -que han amparado la corrupción, los abusos y la violación de los derechos humanos- les molestan, más que las parodias, los programas de La Red donde se destacan grandes profesionales del periodismo de investigación -como Alejandra Matus y Mónica González-, a quienes no pueden desmentir. En su rol profesional, ellas no hacen chistes; Hirane tampoco. Entonces, vamos por los humoristas que se ríen de esta maldita realidad. Si el gobierno no defiende la libertad de expresión, ¿a quienes defiende el ministro de defensa?

Jorge Montealegre I.
Escritor, académico de la USACH
Red de Investigación y Estudios del Humor (RIEH)
Vicepresidenta de la Unión Nacional de Artistas (UNA)