Opinión / El mayor truco del diablo es hacernos creer que no existe (1)

Los trabajadores -la fuerza que mueve las ruedas de la historia- son mantenidos en una condición subalterna por el poder político/mediático, impidiéndoles asumirse como centro para la organización de la transformación del mundo en lucha contra el capital, que se vuelve cada vez más codicioso.

Un nuevo aniversario del Día de los Trabajadores, es un momento oportuno para analizar cuál es la condición del movimiento obrero, sus fracasos y sus desafíos.

El triunfo electoral de Gabriel Boric implicó la esperanza, justificada, que en un gobierno de izquierda los trabajadores asumirían el centro de la organización y serían la base de apoyo para respaldar las transformaciones que se encuentran en su programa.

Dos años después, el resultado es decepcionante. Las fuerzas sociales y la organización de los trabajadores se mantienen en un segundo plano sin incidencia en el destino político del país. Sintomático de aquello fue la reacción del gobierno ante los dichos del senador Daniel Núñez: “Yo creo que el Gobierno tiene que convocar a la presión social de la ciudadanía para sacar adelante las reformas” (Emol 25/03).

El explicitar esta aspiración llevó a que toda la maquinaria comunicacional de la derecha, con sus medios corporativos y sus gerentes columnistas, se encargara de hacer notar a la opinión pública que Núñez era el representante de un partido político que “no creía en la democracia” y que “presionar” a las instituciones era un crimen de lesa patria: “Lo primero que llama la atención es que esas declaraciones llaman a hacer política desde fuera de las instituciones. Ahora bien, como en una democracia liberal la política se define, en términos generales, por los medios institucionales empleados, no cabe duda de que la presión social que aspira a sustituir al resultado de las instituciones (en otras palabras, que aspira a torcer la voluntad de la mayoría política mediante lo que se ha llamado mayoría social) no es genuinamente democrática” (columna de Carlos Peña en El Mercurio 27/03).

No es de extrañar que los representantes abiertos o soterrados del poder económico vean en la movilización social de los trabajadores un peligro para sus privilegios y la mantención del estatus quo, especialmente desde que el Estallido Social de 2019 demostró que la fuerza de los trabajadores en organizaciones, incluso improvisadas, sin respaldo de partidos políticos ni poderosos sindicatos, era capaz de hacer cambiar el rumbo de un proyecto político institucional, poner en entredicho la constitución pinochetista, así como las bases de una democracia tutelada por el poder del gran empresariado.

Lo realmente desesperanzador para el futuro de la democracia chilena y sus trabajadores, es que el gobierno relativice las fórmulas que tienen sus bases de representación política para expresarse. Boric es presidente por la confianza depositada en él por los trabajadores, los mismos que cuentan con escasos órganos de representación mediática, a diferencia de los medios corporativos que están a disposición del poder económico en un “ménage à quatre” (2) permanente entre empresarios, políticos, medios y expertos, manteniendo la hegemonía del manejo de agenda y la capacidad conceptual en la creación de paradigmas.

Previamente al episodio del senador Núñez, la ministra del Trabajo, Jeannette Jara, había declarado algo que es abiertamente conocido por cualquier persona en nuestro país, esto es, los bajos sueldos que reciben los trabajadores: “Si realmente quieren inclusión, paguen mejor y respeten más los derechos de las personas” (CnnChile.com 14/03). A pesar que las declaraciones de Jara son de perogrullo, no existió un reforzamiento de su posición desde otras figuras del Ejecutivo.

En esta ocasión, los medios corporativos dieron amplia difusión a la respuesta desde el mundo de los expertos económicos que soportan técnicamente el modelo de desarrollo chileno: “esta cosa de ‘paguen más’ es como súper voluntarista. Es como decir que viene ahora la declaración de impuestos, y como necesitamos recaudar más, uno pague de manera voluntaria un 10% más a en la declaración de impuestos. Es absurdo” (José de Gregorio en La Tercera.com 19/03).

En los países donde la democracia liberal funciona de mejor manera, la organización de los trabajadores en sindicatos es estimulada por el poder político como una forma de equilibrar las fuerzas en disputa. De esta manera, se logran sociedades más sanas y justas. En Chile, tras el golpe de Estado pinochetista, la organización sindical fue destruida y desaparecida, mientras que tras el regreso a la democracia, los medios corporativos y sus representantes político/empresariales se encargan de mantener a los trabajadores divididos y sumidos en una fuerza paralizada, carente de esperanza en sus propias energías.

El sindicato es la forma de organización principal de la social democracia (Socialismo Democrático) y no de la izquierda revolucionaria (organización de masas); aun así, esta ligera compensación social es vista como una amenaza y solamente es tolerada por el establishment local en dosis de baja intensidad.

La frase de Charles Baudelaire con la que comenzamos este artículo, es aplicable a lo que logran los órganos comunicacionales del poder reaccionario al alcanzar la hegemonía conceptual: mientras el diablo hace creer que no existe para engañar a los humanos, también hace creer a los trabajadores que no lo son, que son emprendedores, ejecutivos, vendedores, funcionarios, etc.; y que deben conformarse con las migajas que se les concede desde los representantes políticos; ni hablar de movilizarse y organizarse para conseguir sus propios objetivos. Más aun, el propio empresariado intenta el cambio orwelliano del concepto de trabajador, sustituyéndolo, o quizás deberíamos decir, prostituyéndolo, por el de colaborador.

El objetivo de la intelectualidad de izquierda debería estar centrada en dos aspectos principales: 1) disputar la hegemonía conceptual para dar el significado real de la palabra trabajador, proletario u obrero, haciendo que el grueso de las personas que estamos en esta condición, sintamos orgullo de pertenecer a esta clase social; 2) caracterizar a los trabajadores desde un punto de vista sociológico para saber quiénes son, cuánto ganan, cuáles son sus aspiraciones, su sensaciones y frustraciones respecto a la organización, los diferentes profesiones y oficios, etc.. A partir de esta información, recién se podrían construir mensajes que puedan realmente representarlos. Lenin dio el ejemplo cuando al volver a su hogar tras sus estudios de derecho, censó a los campesinos y trabajadores de las localidades donde habitaba, enseñando que cualquier organización debe estar basada en el conocimiento.

Centro de Estudios de Medios

Referencias:
(1) Charles Baudelaire, Las Flores del Mal
(2) Parafraseando al ménage a trois de Tomás Moulian en Chile Anatomía de un Mito